Algunos extractos del capítulo «Don Nicanor tocando el tambor» en el libro «El cuento de nunca acabar».
Está bien claro que tener un donnicanor sin haber aprendido a tocarlo no vale absolutamente de nada. […] En medio del tráfago, la confusión y el desasosiego que destila, a modo de mercurio movedizo, la vida actual, nos encontramos a diario con personas ansiosas de experiencias postizas por las que atraviesan como gato por brasas, sin molestarse en probar si están cortadas a su medida o no, y que inmediatamente arrinconan para sustituirlas por otras nuevas, tachándolas de viejas mucho antes de dejarlas llegar ni siquiera a la pubertad. […] Pero, víctimas de su incapacidad para hacer suyo aquello que sólo epidérmicamente han llegado a rozar, de establecer vínculos profundos y originales con ello, no consiguen sorprender a nadie y languidecen sin narraciones que exhibir.
Ya dije en otro sitio –no me acuerdo en cuál- que lo que más anhela el hombre es ser portador de narración. Pero las narraciones hay que incubarlas, sea cual sea su argumento, dejarlas posar. La equivocación estriba precisamente en creer que unos argumentos son en sí mismos mejores que otros para embellecer al sujeto que se limita a ponérselos encima como un traje de alta costura. Existe una tendencia lamentable a confundir los argumentos con las esencias y a considerar que es más fácil alucinar al auditorio hablando de que se ha ido a la India o se ha conocido a Jean Paul Sartre que comentando lo que se ha visto y pensado en el trayecto de la Puerta de Alcalá a la del Sol o los incidentes de una conversación con el verdulero.
[…]
Pero ante la narración vacía de estos coleccionistas de experiencias trepidantes, acumuladas con el único propósito de comprar adornos para hacer resaltar la propia figura, no cabe más respuesta que la del hastío y el desinterés. Les ha salido el tiro por la culata y no entienden por qué.
Texto completo: Don Nicanor tocando el tambor
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